En la sala de espera hay un chico de 11 o 12 años con su mamá. Silvia está sentada a unos pocos metros y los mira conversar. Se da cuenta enseguida de que están ahí, esperando al oncólogo, igual que ella.
Hay dos opciones: que la madre esté acompañando al hijo, o que el hijo no haya tenido con quién quedarse y esté acompañando a la madre. Cualquiera de las dos es terrible, pero hay una que la conmueve, que la inquieta, que la hiere más. Se da cuenta enseguida de que están esperando al oncólogo y que el chico de 11 o 12 años podría ser su hijo. Que, en vez de ella, alguno de sus hijos podría ser paciente oncológico.
La madre del chico le va a contar algo, a los pocos minutos, cuando se pongan a charlar: escuchó a otras mamás hablar del aceite de cannabis. Quiere probar, aunque sea probar, si es cierto que con el cannabis, la vida, el hambre, la risa de su hijo retoman algo del brillo que tenían.
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Maxi corre en una pista de atletismo detrás de otros muchachos. Siente, de pronto, que una de sus piernas no regresa al suelo con la fuerza con la que la había puesto en el aire. Como si fuera una rueda que quedó girando en falso. Eso, le volverá a pasar. La pierna en el aire, desconocida, fuera de su cuerpo, casi un miembro fantasma. Es el inicio de una enfermedad: se llama esclerosis múltiple.
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–Lo trajo el padre a Paraná y ahí empezó a cultivar porque había escuchado que el aceite lo iba a ayudar. Además del coma, después tuvo una crisis con la que perdió gran parte de su memoria. Es decir, sabemos poco de esa época de su vida en Buenos Aires, porque a la vez él recordaba y contaba poco. Acá fue otro Maxi.
Dante Loss lo conoció cuando ya era otro Maxi.
Mientras estudiaba Teatro en Santa Fe, Dante probó el porro por primera vez. Cuando vino a Paraná a vivir, buscó dónde pegar, pero en vez de darle el contacto de un dealer le nombraron una agrupación que militaba la despenalización de la marihuana. “La verdad que yo quería fumar porro, la militancia no era lo mío”, admite.
Se contactaría igual, por insistencia, aunque no le interesara plantar, ni militar. Del otro lado del mensaje que Dante mandó a la Agrupación Paranaense de Agricultorxs Cannábicxs (APAC), estaba Maxi, uno de sus impulsores.
–Soy parte de la comunidad LGBT y, hasta ese momento, no me interpelaba nada, estaba muy dormido. A través de la marihuana, me metí en la lucha cannábica y eso me despertó otras luchas. La amistad con Maxi fue un viaje de ida.
Era de abril: “Era de aries. Él invertía, proyectaba, lo veías en silla de ruedas pero el loco tenía un motor de fuego, andaba por todo Paraná. Viajaba a encontrarse con otras agrupaciones. Me decía:
Dante, dejá de quedarte quieto”.
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–Ella fumaba mucho, fumaba Colorado. Ya no existe más ese cigarrillo. Parecía que se lo hacían para ella, porque no lo encontré nunca más.
El hijo de Silvia, el del medio, Lautaro Gervasoni, estaba en Paraná ese 4 de enero de 2003. Esperaba que lleguen sus padres desde Rosario del Tala, pero fundieron el auto a la altura de Ramírez. Silvia tuvo que tomarse un remís. Lautaro se acuerda: 4 de enero, cumpleaños de su padre. Y se acuerda también que su madre llegó a internarse en remís, pero se reía, hicieron chistes, se lo tomaron así. En la Clínica Modelo la operarían de su primer cáncer de pulmón.
Unos años después, Silvia conoció a esa mamá en la sala de espera del doctor Block. Desde ese momento empezó a leer, a estudiar el cannabis, a conectarse con médicos de la Facultad de Medicina de La Plata, a tratar de entender cómo funcionaba la planta terapéuticamente. A tratar de entender por qué una planta estaba prohibida. “Ante este comercio negro que me puso de la nuca, decidí empezar a plantar y a estudiar cómo hacer mi propia medicina”, decía Silvia en una entrevista, en 2019.
El ritmo que tenía para hablar, al menos en público, era pausado y preciso, la voz cálida, con la textura un poco rugosa del humo. Sin embargo, en la forma de pronunciar me puso de la nuca, estaba contenido todo su temperamento.
–Mami atendía gente todo el día en casa. Cuando iba, la puteaba, porque timbre todo el día y comerte los garrones de la gente. Enfermedades, historias. Pero creo que lo que nunca entendimos es que ella también estaba enferma.
En 2014, en su PEP de rutina, le encontraron un tumor primario de mama. El protocolo médico implicaba sacar el tumor, hacer quimioterapia y, de acuerdo a los resultados del tratamiento, sacar o no la mama.
–Era muy perra con el tema del tratamiento –dice Lautaro.
“Yo obvié ese paso –relataba Silvia en la entrevista–. Le dije a mi médico que me sacara la mama directamente, porque no me iba a hacer quimioterapia. Esto es una cuestión un poco anticientífica, si se quiere. Pero en este poder de decisión y de libertad que deberíamos tener todos los pacientes, para no ser rehenes de lo que la ciencia médica viene indicando como protocolo, mi médico aceptó y fui directamente a la extirpación total de la mama”.
Le dijeron que, tras la operación, le iba a quedar un dolor crónico. Un dolor en el hombro, por ese pedazo de cuerpo que antes equilibraba las fuerzas. “No quise someterme a tener que tomar antiinflamatorios o calmantes, en forma permanente. Ahí fue que empecé a tomar asiduamente el aceite, ya de mis propias plantas”.
Poco tiempo después, se hizo pública. Empezó a contar que plantaba, que hacía aceite en la cocina de su casa, que a la vez estaba muñida de todos los protocolos y en contacto con científicos, que regalaba los goteros a quien lo necesitara, en Tala o en cualquier parte del país.
Publicaba fotos de sus plantas, alguna vez le robaron un par. Pero nunca la hostigaron, más que algún mensaje en Facebook que ella sabía bien cómo responder. Que vengan, que se animen, decía.
Su objetivo mayor era que la gente se plante: “No tienen que tener miedo por plantar, sino por lo que compran o por lo que le venden. Yo invito a que cultiven. Entre todos la vamos a legalizar”.
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APAC nació en 2015, aunque desde 2013 empezaron a hacer las marchas por la marihuana. Maxi, Iván Malajovich, Sabina Gandolfo, algunas otras personas que circularon durante esos años. En 2016 dieron un primer curso, organizado formalmente, sobre los usos del cannabis. En 2017, por otra charla informativa sobre la extracción de aceite, la Policía Federal empezó a seguir los pasos de APAC –especialmente de Maxi e Iván– y después de 15 meses de “discretas tareas investigativas”, el 30 de julio de 2018 allanaron sus casas y el grow shop de Iván.
Imagen de Carla Gastaldi (@Charliezard.gif)
Esa noche, Maxi tuvo una crisis. La irrupción violenta de la Policía en su casa lo dejó totalmente paralizado, sin posibilidad de hablar, ni de defenderse.
En el mismo momento del allanamiento, desde la Asociación Cultural y Club de Cultivo Cannábico Jardín del Unicornio estaban haciendo su habitual programa de radio en CABA y se enteraron al aire, por amigos, de lo que estaba pasando en Paraná. La mayor preocupación de toda la gente que lo conocía era su salud. Gracias a la presencia de compañeros durante el allanamiento, lograron que la policía le permita vaporizarse cannabis, mientras terminaban el procedimiento.
–Una semana después, estuvo en vivo en la radio contando cómo, en 2018, ya habiendo una ley de cannabis medicinal vigente, las detenciones y allanamientos seguían sucediendo. Bandera que llevó en alto hasta su partida de este plano en 2020 –cuentan desde Jardín del Unicornio.
Maxi era un usuario recreativo pero también, a las claras, un usuario medicinal. Esa noche del allanamiento, y de la crisis, lo dejaron sin su medicina.
–No es sencillo autoabastecerse y con una causa penal vigente, no podía cultivar. Nunca permitimos que le faltara. Una compañera se arriesgaba en llevarle flores y aceite de nuestro club en CABA hasta Paraná. También nos reíamos cada vez que sorteábamos la prohibición.
A Iván lo trasladaron a la Unidad Penal N°1, incomunicado, donde estuvo preso tres días. Después del operativo, lo procesaron y, recién en 2022, lo sobreseyeron de todos los cargos. El nombre de Maxi desapareció de la causa, ¿quizás por la crisis de salud que le produjeron? La ley N° 27.350 ya estaba sancionada, aunque nunca fuera bien reglamentada y patologías como la de Maxi estaban excluidas.
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–Está avanzando cierto sector del cannabis industrial y queda relegado el sector terapéutico o el recreativo. A su vez nosotros militamos desde una perspectiva de reducción de riesgo y daños. Que es opuesta a la que hoy existe: al punitivismo, al negacionismo.
Para 2019, Maxi estaba un poco cansado, su salud estaba deteriorada y sentía que había hecho su parte en la agrupación. “Que los cachorros ya estábamos grandes”, dice Dante. Hubo un recambio generacional, pero Maxi siguió acompañándolos desde afuera.
–Él estaba claramente en contra de que el cannabis se convierta en una pastilla más. Nos enseñaba a conectar con la tierra. A conectar con la energía de la planta, a ir más allá del consumo capitalista de objeto, de buscar el pegue, de estar drogado. Hacía permacultura, su jardín era una selva. Fomentaba la biodiversidad y era fanático de los colibríes. Entonces cultivaba muchas flores, para que vengan.
Después de su muerte, llegaría la esperada nueva reglamentación de la Ley de Cannabis Medicinal y la ley Nº 10.894 “Régimen de Accesibilidad al Cannabis con Fines Médicos, Terapéuticos o Paliativos del Dolor en Entre Ríos”. APAC se convertiría en Efecto Séquito Asociación Civil.
Dante, que había estado dormido, sería secretario general de la Asociación.
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Silvia se quedó embarazada por primera vez unos meses antes del golpe del 76. Ella había estado en Paraná y su marido en Esperanza, estudiando Veterinaria. Con la dictadura, decidieron volver a Rosario del Tala.
Cuando sus tres hijos ya estaban criados, empezó el Profesorado de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales en la Escuela Secundaria y Superior Nº 4 Dr. Julio Ossola.
–Preparábamos las materias juntas –dice Carmen Marani, una amiga y vecina de Silvia–. Las dos, después de trabajar todo el día, cursábamos a la tardecita. Llevábamos las materias al día, así que nos recibimos en el año 89.
Dio clases, fue directora departamental de escuelas, ganó un concurso como directora en una escuela rural cerca de Tala –cargo en el que se jubiló–, también trabajó en el Consejo General de Educación en uno de los gobiernos de Busti y en la secretaría privada, durante el gobierno de Urribarri.
Mientras Lautaro, su hijo, fue diputado nacional, se comenzó a debatir en la cámara un proyecto para despenalizar el uso terapéutico de la marihuana.
–Teníamos muchas discusiones porque la ley que conseguimos no le bastaba. Ella buscaba la legalización total, pretendía que cada uno pueda plantar y hacer su propio aceite. Le molestaba que se meta la industria farmacéutica. Incluso estaba en contra de que haya un registro de usuarios, decía que era una medida vigilante. Yo se lo discutía y ella me contestaba: vos no entendés porque no estás enfermo. Yo creo que con el tiempo vas comprendiendo, las enfermedades tienen un montón de cuestiones mentales, psicosomáticas: quizás el hecho de hacer tu propio aceite, tu propia medicina, tiene algo.
Cuando Silvia volvió a Tala, después de trabajar varios años en Paraná, se reencontró con su amiga del Profesorado: “Le encantaba hacer mermeladas y jaleas, intercambiábamos algunos dulces. Yo vivo a media cuadra de su casa”, dice Carmen. Un tiempo después, le diagnosticaron presión ocular, entonces Silvia le contó que podía probar con el aceite.
–Hubo momentos en que no me podían equilibrar la presión y el aceite me ayudó muchísimo. Ella jamás me cobró nada. Entonces yo le dije: por qué no me das una plantita, así no le ponés el pecho sola. Si vos vas presa, vamos juntas –se ríe Carmen, del otro lado del teléfono.
Silvia había nacido un 4 de marzo en Mansilla, el pueblo de Arnaldo Calveyra.
–Ella festejó su cumpleaños en marzo y en junio falleció. El último mensaje que me contestó fue el 1° de junio. Me puso que andaba más o menos, que se cansaba mucho. Pero me aclaró: ya relincharemos juntas. El día 6 le mandé un mensaje mandándole fuerzas y ya no me contestó. Pasar por la puerta de su casa, me da nostalgia hasta hoy.
Igual que Calveyra, Silvia también escribía. Publicó un libro que se llamó La jaula y también participó en algunas antologías. “Ahí quedaron sus nombres grabados en el tronco desnudo de un álamo añoso / ahí se detuvo la inocencia de la juventud”, escribió en un poema titulado A los 30.000 desaparecidos.
–Mi mamá era de todas las luchas –dice Lautaro, mientras recuerda filmarla con el pañuelo verde.
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–Una escena que tengo grabada es la última noche que estuve con él. Estábamos viendo un documental. Yo lo vi muy en paz, lo vi mejor a nivel físico y se lo manifesté, él me dijo que se quería ir. Que tenía ganas de irse de viaje.
Dante cuenta que Maxi era un gran dibujante y que le encantaba el cómic. De hecho, estaba haciendo una historieta, donde aparecían juntos como personajes: “Él era un científico loco que hacía experimentos y tenía un ayudante que le daba poderes de volar. Iba al mundo exterior a buscar pociones y volvía”.
Escuchaba mucha música, tenía algunos cuadros en su casa, le gustaba hacer pasta de maní y jugos verdes con las hojas que cultivaba en el jardín. Jugo Sonriente se llamaba en las redes, y así les decía a sus brebajes. “Estaba maravillado del mundo, como si hubiera vuelto a nacer, sorprendido de todo”, resume Dante.
–Seguimos militando por él. Y la ley provincial lleva su legado. En cada vivencia se me viene. Hace poco hice un ritual de ayahuasca, estaba purgando, vomitando muy mal y, en eso, veo la rueda de la silla. Y escuché que me decía: fuerza, amigo galáctico.
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El padre de Silvia era médico cirujano, en su tiempo, el único médico de Mansilla. Con Silvia, tenía un vínculo muy estrecho.
–Hasta el punto de que creo que mi vieja aguantó que él se muriera para después morirse ella. Me lo dijo: me voy sabiendo que papá no me ve morir a mí. Yo tengo hijos y entiendo, sería lo peor del mundo, a la edad que sea.
Conversaban mucho sobre salud y cannabis, estudiaban juntos, de hecho, el abuelo de Lautaro también empezó a tomar aceite: “Él era diabético, tenía una pierna chota y el aceite le hacía bien. Pensaba que servía así como lo hacía mi vieja, en la cocina de su casa. No necesitaba que pase por ninguna industria”.
–Cada vez que volvía a Tala me encontraba con alguien que tenía una crema o un gotero de su aceite. Hasta había sacado una etiqueta que rezaba: El aceite de la abuela –cuenta David Rojkin, militante talense pero radicado en Santa Fe, adonde impulsó APUCAM, la primera asociación para usuarios de cannabis medicinal con personería jurídica en la ciudad.
Hablaban por mensajes cada tanto. David la invitó a participar de una charla de APUCAM y Silvia lo invitó a una convención de medicina integrativa en La Vieja Usina.
–Cuando su enfermedad avanzó le mandé un mensaje preguntándole cómo estaba y dándole fuerzas y me respondió que era fuerte y noble como la planta de cannabis.
A principios del 2022, Silvia sospechó que algo no andaba bien. “Por febrero, por enero, ya en las fiestas venía medio decaída, estaba flaca”, recuerda su hijo. En la tomografía encontraron otro cáncer de pulmón y, en mayo, le hicieron una biopsia, porque ella quería saber si era metastásico o un cáncer nuevo.
–Y era nuevo. Cuando le hicieron la punción, le sellaron la pleura, por el dolor, aunque ella no lo había pedido. Se murió sin tomar una pastilla, sin calmantes, sólo con aceite de cannabis, en su casa. Muy lúcida hasta lo último. El 10 de junio, más o menos a las 10:30 de la noche, partió. Creo que se fue en paz.
Silvia decía que el cannabis “no es la panacea, no cura nada –ojalá que sí, aclaraba–, pero sí puedo asegurar que atenúa síntomas y que alivia. Soy una convencida de que cuando le podés hacer bien a los demás, uno también va sanando. Esto no es poético, ni religioso. No es necesario llegar al abismo para entender que sin la confianza, sin el cariño, sin el respeto del otro, no somos nada”.
–Volví a Tala una vez más mientras ella vivía –recuerda David– y hasta el día de hoy me arrepiento de no haberla visitado porque unas semanas después, falleció. Hace poco formé parte de la primera charla de cannabis que se hizo en Tala, en una asociación civil de mujeres que se llama Gasetí Gazún. La nombramos y evocamos su memoria.
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Maxi partió el 10 de octubre de 2020. También, como Silvia, tenía una relación fuerte con su padre, con quien vivía. Una relación que se había hecho más afectiva desde su regreso a Paraná. “La planta los unió”, dice Dante. Los hizo abrazarse, incluso fumar juntos. El padre murió primero y al poco tiempo, Maxi se embarcó en su propio viaje.
Sus compañeras y compañeros lo despidieron con un mensaje público. No pudieron acompañar el velorio porque el resto de su familia no acordaba con la lucha cannábica de Maxi. Una lucha “por la libertad de la planta y sus usuaries”, escribieron desde la agrupación, y un “luchador de mil batallas y la semilla de grandes encuentros, enseñanzas y uniones”.
Maxi tuvo un rol clave a nivel nacional, participó de la formación del Frente de Organizaciones Cannábicas Argentinas y, junto a otras organizaciones de todo el país, compartió encuentros cannábicos, redacciones de proyectos de ley, asambleas nacionales. Cuando vivió el allanamiento en su casa, tuvo la solidaridad y el apoyo desde todas las latitudes. Cuando partió, su despedida también tuvo un eco largo y resonante.
–Lo conocimos como Jugo Sonriente. Tal vez porque derramaba alegría todo el tiempo. Porque era su mayor característica –reconocen sus compañeras y compañeros de Jardín del Unicornio–. Ni sus dolores, ni su movilidad reducida, alteraban su optimismo ni buen ánimo ni un momento. Esa sonrisa de oreja a oreja, siempre nos dejaba esperanza.
Jugo Sonriente era su seudónimo en las redes. También fue el nombre de su pasión por los jugos verdes. Hoy hay una genética que se llama, en su honor, Jugo Sonriente CBD.
–A Maxi lo llevo a todas partes. Es como mi virgencita –lo define Dante–. Fue y es un gran maestro. Cuando se aprobó la ley acá en Entre Ríos, obviamente pensamos cómo nos hubiera gustado que esté, que compartamos la alegría. Y que vea cuánto hemos crecido.